Por: Jonatan de Blas Hernández a 8 de mayo de 2021

La felicidad vista y entendida a través de una pantalla adquiere una nueva dimensión para las generaciones más jóvenes
El siglo XXI ha dado lugar a una nueva profesión. Así es, aunque a muchas personas les cueste admitirlo. Los influencers, anteriormente conocidos como líderes de opinión, siempre han existido pero no ha sido hasta ahora cuando el término ha recibido una mayor aceptación por parte de la población. Patrocinadores de marcas, modelos, representantes de empresas… Los perfiles varían mucho pero lo que está claro es que el concepto ha calado en el conjunto de la sociedad hasta profesionalizarse prácticamente por completo. Y es que las compañías han comprendido el poder que dichas figuras poseen a la hora de movilizar a un gran número de usuarios o followers.
Todos los jóvenes y no tan jóvenes desean la vida de ensueño que se muestra en las redes. Las fotos publicadas en Instagram muestran paisajes, comidas, ropa, complementos e incluso situaciones de lo más apetecibles para los internautas. No obstante, no es oro todo lo que reluce. Si bien es cierto que las cifras presentadas por los periódicos en lo que respecta a las cantidades de dinero que se reciben al publicar un tweet, un post o un video se presentan como muy tentadoras no en todos los casos funcionan del mismo modo. Internet cuenta con unos algoritmos y procedimientos matemáticos de lo más complejos, y en especial, las Redes Sociales. Por esta misma razón, no se puede generalizar en lo que respecta a los pagos obtenidos a través de la web.
Sin embargo, resulta especialmente preocupante la tendencia o inclinación hacia este nuevo trabajo por parte de algunos sectores. Algunos estudiantes, en especial, quedan hipnotizados ante esta posibilidad y automáticamente deciden convertirla en su sueño o meta. En la búsqueda de dicho objetivo muchos de ellos abandonan sus estudios o carreras profesionales y lo dejan todo en pro de la creación de un nuevo perfil que los convierta en famosos y ricos. El problema reside en todo aquello que no se ve. Puede parecer evidente, pero aun así prevalece la tónica de la vida perfecta de “instagramer”. Y si a esto se añaden noticias como el suicidio de la influencer Celia Fuentes las mentiras que esconden las redes quedan más que patentes.

El influencer Jonan Wiergo / Instagram

La bloguera Dulceida en El Hormiguero / La Razón
Me parece mal irse a Andorra pero también me parece mal resumir el éxito de alguien en “grita en un videojuego y gana mucho dinero” no caigamos en esto para criticar lo otro, por favor.
— Ibai (@IbaiLlanos) June 20, 2018
El universo digital es tan sumamente amplio que cualquier acercamiento resulta insuficiente para indagar en las causas y consecuencias de cualquier acto visto o vivido en las redes. Desde siempre es sabido por todos que cualquier movimiento realizado en público es visto con lupa y completamente analizado, pero resulta aún más profundo y completo cuando se produce en Internet, el espacio de todos para todos. Es evidente que la globalización ha traido consigo la creación de un macro cosmos cuyo centro de interés recae principalmente en la interactividad. Sin embargo, no por ello hay que olvidar una serie de valores fundamentales sustentados en el respeto, la tolerancia y el saber vivir por encima de todo. Al fin y al cabo el que una persona publique alguna foto en una red social no da el derecho a que se la insulte o veje con total vehemencia. Con cosas así la web no parece ser el resultado natural de la evolución de los seres humanos.